Diario de La Habana: Arte de Conducta

Claire Bishop
Primavera 2008

De: Bishop, Claire. “Diario de La Habana: Arte de Conducta,” Untitled 45, Primavera  2008, Arts Council, Inglaterra, 2008, (illust.) pp. 38 – 43.

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Diario de La Habana: Arte de Conducta

por Claire Bishop

Crónica de una experiencia docente en Arte de Conducta, el proyecto pedagógico de la artista cubana Tania Bruguera: una escuela de arte entendida como obra de arte.

El verano pasado recibí una llamada de la artista y performer cubana Tania Bruguera, preguntándome si había alguna forma de convencerme de que viajara y dictara un curso de una semana en La Habana, en el marco de un proyecto que ella dirige desde hace cinco años. ¿Una escuela de arte entendida como obra de arte? Yo venía pensando acerca de la reciente proliferación de proyectos pedagógicos y de arte/concebidos como arte: la fallida Manifesta 6 (que había aspirado a convertir la bienal europea en una escuela de arte que funcionara durante tres meses full time en Nicosia); la United Nations Plaza (uno de los departamentos de Manifesta 6 trasladado a Berlín) y la Night School (su actual reposición en Nueva York), pero también proyectos que adoptan formatos pedagógicos como conferencias y bibliotecas; pienso en Beautiful City [Hermosa ciudad] de Maria Pask en Münster, que giró en torno a conferencias semanales sobre religión, o Library [Biblioteca] de Martha Rosler, expuesta primero en Nueva York y ahora de gira por Europa.  Sumemos a esto el número de conferencias, simposios y dossiers en revistas de los últimos años dedicados a escuelas de arte y educación artística, y entonces el proyecto de Tania Bruguera parecía extremadamente oportuno. 

Además, y en contraste con estos otros proyectos, el de Tania venía funcionando en La Habana desde hacía mucho tiempo (desde enero de 2003) y había resultado un curso muy práctico dedicado al arte que se mete con la realidad.  El nombre del proyecto es Arte de Conducta.

En verdad, Arte de Conducta es más un curso de arte que una escuela de arte: es un módulo semi autónomo de dos años asociado al Instituto Superior de Arte (ISA), pero que no ofrece créditos para los alumnos que asisten.  La conexión institucional con el ISA es necesaria para garantizar las visas de los profesores invitados, aunque Bruguera subvenciona la parte del proyecto ella misma.  Laptops, libros, pasajes y estadía de los profesores que viajan se han venido costeando con su propio dinero durante los últimos años, sin mencionar que los profesores no cobran por las clases que dictan.  A pesar de esto, la lista de los artistas invitados es impresionante: Thomas Hirschhorn, Elmgreen y Dragset, Jennifer Allora me precedieron en el 2007; mi propio viaje se superpuso con el del teórico Boris Groys y la artista kosova Sislej Xhafa, mientras que Christoph Büchel, Carlos Amorales y Dora García están en la lista para el 2008.  Dado que el proyecto no está completo todavía, es difícil analizarlo como una obra de arte.  Así que lo que sigue es un diario de mi semana en La Habana y la inmersión en una de las más intensas y gratificantes experiencias docentes de mi carrera hasta la fecha.

Día 1

Mi equipaje se queda en Madrid, pero en el aeropuerto Tania viene a mi encuentro con el puño lleno de CUCs (Convertibles Cubanos), la moneda destinada a los turistas, casi equivalente al euro.  Me lleva a la casa particular en el barrio El Vedado donde voy a quedarme: una casa privada frente a una amplia y desarreglada plaza de columnas clásicas, cerca del Teatro Amadeo Roldán.  Me tocan las habitaciones de los antiguos sirvientes al fondo del parque, con un balcón con vista a las palmeras y plantas tropicales.

Día 2

Salgo a buscar botellas de agua, camino unas cuadras entre mansiones decrépitas.  El Vedado es la zona donde antes de la revolución de 1959 los ricos acostumbraban tener sus casas frente al mar.  Encuentro Galerías de Paseo, un edificio de vidrio de los años setenta en el que hay un pequeño supermercado.  Los estantes están vacíos o llenos de un solo producto (una marca estándar de aceite de oliva, o jugo o agua).  Todo está en CUCs para turistas, y no en pesos cubanos, lo que significa que está en venta sólo para personas que manejan un poco más de dinero que el salario estatal abismalmente bajo de 15 CUCs por mes.  Me voy para la casa de Tania que queda en La Habana Vieja, agarro por el Malecón, una ruta de 9 kilómetros que serpentea frente a la costa.  Su departamento es la sede de las actividades de Arte de Conducta y cuenta con una oficina, una habitación libre (en la que se está hospedando Sislej Xhafa), una pequeña biblioteca, un estudio para talleres y presentaciones, y un patio con barra incluida para las fiestas en honor a los profesores invitados cuando terminan su semana. 

Con su sede ubicada en La Habana Vieja (en lugar de allá lejos, en el ISA en Miramar, al oeste de la ciudad) Arte de Conducta está completamente integrado al tejido urbano.  Los talleres se hacen en la casa de Tania, pero también en las calles, en el parque, o en donde elijan los profesores invitados.  En el pasado, esto ha incluido museos laboratorios y casas particulares.  Tania parece especialmente interesada en invitar artistas que operan en el espacio público, así como a aquellos que vienen de antiguos estados socialistas.

Nos sentamos y planeamos la semana que tenemos por delante.  Inmediatamente me doy cuenta que la promesa con la que fui tentada (fácilmente) a venir -un seminario de dos horas por día- era una estimación muy equivocada de lo que esperan obtener de mi (!).  Hay alrededor de veinte alumnos y todos quieres mis opiniones sobre sus trabajos, y esto en concreto significa estar atada desde las dos de la tarde cada día hasta la hora en que sea que termine mi seminario, alrededor de las siete y media de la noche.  A la mañana tengo que preparar los powerpoints para las clases, así que esto me deja casi sin tiempo para recorrer La Habana.  Tania está encantada de que los profesores visitantes no tengamos tiempo de hacer turismo y desarrollemos una relación laboral con la ciudad.

Día 3

Mi primer día de clases.  Paso toda la mañana preparando un powerpoint sobre estética comparada, no había planeado hablar de este tema, pero Nicolas Bourriaud estuvo disertando la semana pasada y me sentí obligada a hacer algunos comentarios. Me intriga saber qué recepción tuvo, y además puedo usar las respuestas para medir el nivel de discusión.

Mis seminarios se llevan a cabo en la sede de la revista de teoría Criterios, una iniciativa personal del intelectual de ojos saltones Desiderio Navarro.  Su espacio queda en el noveno piso de un edificio que ofrece una vista increíble: el panorama de una Habana derrumbada y un mar Caribe azul e interminable.  Desiderio habla unos quince idiomas y es una fuente infatigable tanto de historia como de política cubana y latinoamericana, pero también de temas completamente impredecibles como la historia del surrealismo en Eslovaquia.

Se presentan alrededor de treinta estudiantes y comenzamos con una discusión sobre micropolíticas y microtopías; inmediatamente me doy cuenta de que mis esquemas de referencia dominantes -la sociedad del espectáculo, Internet- no tienen ecos de resonancia (no he visto cafés con Internet en La Habana, y los ciudadanos tienen un acceso restringido a la web).  También tenemos un serio bloqueo comunicativo en relación a la utopía: para mí es una remota imposibilidad aunque también sea un objetivo operativo, los cubanos, en cambio dan por hecho que es una cotidiana -y factible- realidad.

Comenzamos a discutir sobre el trabajo de Santiago Sierra (que tiene muchos adeptos por acá) y de Thomas Hirschhorn (que es minuciosamente analizado).  Son profundamente críticos con la mayor parte del arte europeo que les muestro.  La protesta más habitual es que es una arte «simplemente» simbólico y metafórico, que no se involucra directamente con la realidad.  Me doy cuenta de que el resto de la semana va a ser duro.  Después de cuatro horas, doy por concluido el seminario, empapada en sudor, mi cabeza retumba luego de seguir la discusión a través de mi fornida traductora Tété.

Día 4

A la mañana camino por el Malecón y saco fotos de una dura batalla por el espacio público y la visibilidad entre Estados Unidos y Cuba.  Los Estados Unidos no tienen base de operaciones en la isla, pero se han adueñado de la Embajada de Suiza.  Está rodeada por operativos de máxima seguridad: un gran cerco patrullado por guardias que te impiden caminar por ese lado de la calle, y también parar en la vereda opuesta.  Frente a este edificio, los cubanos construyeron una amplia explanada que se destina a manifestaciones políticas (el «protestódromo»), con escenario, luces y banderas de «Patria o Muerte» y «Venceremos».  En respuesta, los Estados Unidos instalaron sobre el edificio una red masiva de letreros LED al mejor estilo Jenny Holzer, por los que circulan noticias de los Estados Unidos, en un intento por comunicar a los cubanos qué está pasando en el resto del mundo (o al menos en Norteamérica).  La respuesta cubana llegó en febrero de 2006, cuando el gobierno levantó un dispositivo de enormes mástiles con banderas para evitar que se vieran los mensajes del LED.  Esta estructura de ondulantes banderas negras adornadas con estrellas blancas tiene una belleza inquietante, como muchos otros gestos totalitarios en el espacio público. 

A la tarde, dos estudiantes vienen a mostrarme sus trabajos.  Uno de ellos, una bellísima jovencita de veinte años llama Susana Delahante, me muestra fotografías de su propia muerte teatralizada (algunas son bastante buenas), y un proyecto que llevó a cabo este año en el que fue artificialmente inseminada con el semen de un hombre muerto.  El objetivo era mostrar que algunas partes del cuerpo continúan vivas después de que el resto muere.  ¡Ejem! El registro, me dijo, son las notas médicas, a las que no se tiene acceso a menos que se pida el traspaso a otro hospital (me gusta esta idea).  Lo dejó un mes después, y no puedo evitar sentirme aliviada por ello.  Si este es un trabajo típico de los estudiantes locales, entonces no me extraña que estén criticando al arte europeo por ser simplemente «metafórico».

La clase de la tarde hoy está más tranquila, y empiezo entonces con una contextualización histórica de las intervenciones artísticas en el espacio público. Siento mucha curiosidad por saber cómo se relacionan con la idea de comunidad, un concepto tan remanido en la teoría occidental que me siento seducida por quienes le atribuyen un status fantasmático.  Mi pregunta dispara un debate generacional entre Desiderio (que nació en la década del cuarenta) y los estudiantes más jóvenes, que sugieren que la comunidad de la que él habla es una construcción mítica.  Citan ejemplos de proyectos colectivos fallidos y la cosa se sale de control cuando hasta mi traductora entra en el debate y deja de traducir.

Lo único que logro sacar en limpio de la pelea es un descontento con la situación actual (que se remonta a la crisis económica de los años noventa, cuando la Unión Soviética retiró su apoyo). Comparada con la de los ochenta, cuando el comunismo parecía estar en su mejor momento.

A la hora de la cena vamos a un restaurante italiano, que prefiere moneda nacional antes que los CUCs de los turistas. Hace un frío ártico (el aire acondicionado es un símbolo de estatus) y yo pido canelones, para sorpresa de los cubanos.  Ellos optan por pizza (pequeños y grasosos discos fritos, pero mucho más apetecibles que la pasta adornada con Ketchup que aparece en mi plato).  La cena me costó 25 pesos (poco más de 1 euro).  La mensualidad del Estado para cada estudiante es de 75 pesos.

Días 5 y 6

A la mañana me doy una vuelta por el Museo de Bellas Artes para ver cómo se exhibe el arte cubano. Es un hermoso edificio modernista de la década del cincuenta, que reúne desde arte colonial (en el último piso) hasta arte contemporáneo (de los años noventa).  Todo lo que corresponde a este último parece ideológicamente afirmativo.  Tania me dice, después, que el museo está manejado por el gobierno, y que éste dispone estrictos controles a la colección: el arte cubano de los años ochenta había sido fuertemente opositor, y ninguno de sus aportes aparece representado.  Los artistas más importantes están en exhibición, pero las obras seleccionadas no dejan ver el deseo de cambio que los caracteriza.  No hace falta decir que en la tienda del museo no había a la venta postales de la colección, sólo remeras adornadas con las figuras del Che y de Fidel, un puñado de catálogos de la Bienal de La Habana y póster de películas de los años sesenta a los noventa.  Después del almuerzo, sigo viendo el trabajo de los estudiantes.  Todos ellos hacen intervenciones en el espacio público, pero el más impactante es Jesús Hernández, que produce noticieros ficticios de televisión en colaboración con periodistas y camarógrafos profesionales, editados de manera muy sutil con material reapropiado de la TV.  Todas las historias se relacionan con mitos urbanos que circulaban en Cuba, pero nunca habían sido oficialmente comunicados por la prensa, como una epidemia de paperas adjudicada a turistas extranjeros enfermos , o el «colectivo de los 5 pesos» inventado para reducir el apiñamiento (los pasajes cuestan generalmente 1 peso).  El trabajo es sólido e inteligente, con una ajustada comprensión del lenguaje visual de los medios masivos.  También es un buen ejemplo de las ideas de Tania, para quien el arte resulta mejor cuando implica, al igual que en Jesús Hernández, correrse fuera del arte visual para lograr impactar en otros ámbitos (en este caso, el periodismo profesional).

Con esto en mente, comienzo la clase de la tarde mostrando el trabajo de Phil Collins «El Mundo No Escuchará» (2005), un karaoke para fans de Los Smiths producido en Bogotá.  Para mi consternación, se lo desecha por su imposición colonialista de la música occidental en Latinoamérica.  Me doy cuenta, más tarde, de que el trabajo de Collins se refiere principalmente a los medios y la mediación, lo cual tiene poca resonancia aquí, donde el régimen abarcador del espectáculo se halla mucho menos presente.  El trabajo de Artur Mijewski suscita una respuesta favorable, y es considerado más humano y universal.  Mijewski es uno de los artistas favoritos de Tania, y sus preferencias estéticas son más o menos aceptadas por el grupo de estudiantes. (Luego, cuando les pregunto si se dan cuenta de que el proyecto de Arte de Conducta está creando una suerte de «escuela», defienden a Tania ardientemente, quien por otra parte, no les muestra su propia obra.  Afirman, en ese sentido, que cualquier correspondencia proviene del trabajo codo a codo en forma grupal, además del intercambio de inquietudes políticas y del contexto, antes que de un deseo de emular el arte de Tania.)

A la tarde, persigo a Tania para que nos hable de su teoría del arte y la utilidad.  Para ella, no se trata de hacer el bien, sino de una articulación entre utilidad e ilegalidad; el arte debe ser capaz de operar tanto en espacios no artísticos, como el interior de sus instituciones.  Debatimos el estatus de Arte de Conducta como obra de arte.  Mi sensación es que todo dependerá del modo en que Tania documente estos 5 años de talleres, como un libro, una exhibición o a través de la propia obra de los estudiantes.  El proyecto en marcha es totalmente estimulante, pero el público que llegue después tendrá que hacerse una idea de lo que fue.

Día 7

A la mañana siguiente me voy al Museo de la Revolución, y examino detenidamente una serie de escenas marcadamente ideológicas que hay en el antiguo Palacio Presidencial, convertido en museo en 1974.  La exhibición está construida como una singular narrativa: el progreso de Cuba desde la colonización (en el siglo XVIII) hasta el triunfo de la Revolución en 1959; como enemigo, el imperialismo occidental (español y norteamericano), y como héroe, el desafío nacionalista y el sentido de justicia cubanos.  Pero no hay una línea de tiempo clara o un desarrollo histórico de los eventos.  Los materiales exhibidos en cada salón, por ejemplo, pueden ser leídos  en cualquier orden, y esto impide el análisis crítico.  No hay otra opción que entregarse al estribillo ideológico: la ropa manchada de sangre de los «mártires», las estadísticas que pueden referirse a cualquier cosa, fotos de cubanos felices y comprometidos con un proceso «profundamente democrático».

Mi último seminario tuvo pocos alumnos, pero produjo un provechoso cuestionamiento (al menos para mí) de Arte de conducta en tanto proyecto artístico y pedagógico.  Realmente staba impresionada por la madurez y seriedad con que los alumnos realizaban su trabajo.  En Londres di clases en un curso para curadores con un énfasis fuerte en la cooperación, y no dejaba de decepcionarme frente a la atmósfera saturada de competencia e individualismo, y la tendencia de los estudiantes a tratar a los profesores invitados como una oportunidad para tejer contactos.  Nada de esto ocurría en La Habana: quizás porque no se realizaban evaluaciones en el curso (que inevitablemente distinguen a los estudiantes como «perdedores» ante los profesores), pero quizás también porque el comunismo produce mejores colaboradores, o porque no importan cuántos contactos hagas, éstos no te ayudarán a conseguir un pasaporte para dejar la isla.

La semana de trabajo termina con una fiesta en la casa de Tania, y veo la estructura no jerárquica de Arte de Conducta en acción: los profesores y estudiantes bailan hasta muy tarde, y duermen unos junto a otros a la noche (en un sentido literal de la palabra dormir: la única regla de Arte de Conducta, me dice Tania, es que no puede haber relaciones entre estudiantes y docentes).  A la mañana limpiamos la casa y nos dirigimos muy temprano a la playa donde Sislej Xhafa dará su taller.

Pensamientos y posteriores

La intensidad y libertad intelectual de Arte de Conducta es algo que me gustaría copiar: poder usar la ciudad como contenido y contexto de las clases, invitar a profesores extranjeros que uno admira o con quienes desea debatir, dedicarse a la formación artística/intelectual sin ninguna burocracia, consejos o evaluaciones.  Oficialmente, Tania acepta ocho estudiantes por año, incluyendo a uno de historia del arte que ayuda a documentar el curso registrando la discusión de los talleres (y a quien también se empuja a hacer arte, ¡para que pueda escribir desde una perspectiva mas informada!)  De todas maneras, los talleres son abiertos y muchos antiguos estudiantes continúan participando luego de terminados sus dos años de formación.  Esto facilita la fluidez entre los grupos anuales y las disciplinas, y da la impresión de que cada uno está desarrollando su trabajo en tándem con los demás.  No hay formalidades que cumplir, tutorías o «planes de desarrollo personal» para inspirar profesionalismo o astucia para desenvolverse en el mercado.

Pero ¿podría existir en Occidente un proyecto educativo de esta clase tan particular? Con su plena autonomía respecto de cualquier interferencia institucional, este tipo de proyectos lleva adelante el espíritu utópico de Joseph Beuys, quien aceptaba en su curso en la Kunstakademie de Düsseldorf a cualquier que lo solicitara.  Pero sería un error idealizar la situación.  Esta libertad quizás sea posible solo porque la burocracia en Cuba invade todas las otras dimensiones de la vida (comida, sueldos, movimientos de las personas dentro y fuera de la isla), al tiempo que deja a la educación en relativa libertad.  En Occidente, por el contrario, lo opuesto es la regla: nuestro tiempo libre no está regulado, pero el trabajo se halla excesivamente burocratizado.  Después de todo, no existe educación en el Reino Unido sin evaluación, garantía de calidad, Ejercicio de evaluación de investigaciones (RAE) y tarifas abrumadoras que cada vez más convierten a los estudiantes en consumidores.

Arte de Conducta además es posible en Cuba gracias a la habilidad de Tania Bruguera para deslizarse entre tres economías: la economía de Estados Unidos en la que trabaja (en la Universidad de Chicago), la economía de los turistas cubanos y la moneda nacional.  Tales resquicios no pueden durar para siempre, pero mientras tanto permiten manipular en forma inspirada una situación represiva para beneficio de las nuevas generaciones de artistas.  De este modo, provee un paradigma para el tipo de arte que Bruguera alienta en La Habana:  un trabajo de invención de nuevas respuestas frente a la dureza y la restricción política, que aprovecha las oportunidades para la imaginación colectiva, que se resiste a la apropiación por parte del mercado, y que opera en el estrecho límite que separa la utilidad de la ilegalidad.