La falacia de la utopía: el mundo del arte y la dialéctica actual en La Habana, Cuba

Ellen Pearlman
verano de 2002

De: Pearlman, Ellen. “The fallacy of utopia: the art work and current dialectic in Havana, Cuba,” The Brooklyn Rail, Summer, New York, United States, 2002 (illust.) pp. 18 – 19.

http://www.brooklynrail.org/2002/07/art/the-fallacy-of-utopia-the-artworld-and-current-dialectic-in-havana-cuba

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La falacia de la utopía: el mundo del arte y la dialéctica actual en La Habana, Cuba

de Ellen Pearlman

Tania Bruguera está comiendo tierra. Tierra de verdad. El tipo de tierra que se encuentra en el patio o alrededor de un árbol. Las amasa haciendo pequeñas bolas con agua salada de lágrimas, las lleva a sus labios, se las mete en la boca, las mastica y se las traga con gran esfuerzo. El lodo corre por sus labios como dibujando la sonrisa triste de un payaso. Come lodo como hace siglos hicieron los indígenas cubanos que se negaron a ser esclavos de los conquistadores españoles. Sin ninguna cultura de guerra y sin saber qué hacer, decidieron suicidarse comiendo tierra y murieron tras una prolongada agonía.

Mientras Bruguera tritura la tierra con sus dientes, cuelga de su cuello, por las pesuñas, una oveja sin cabeza y destripada, acabada de matar, es coraza y carga a la vez.

El 4 de mayo de 1997, en su casa de La Habana Vieja, Tania escenificaba en su casa el performance «El peso de la culpa» como parte de la Bienal de La Habana. Tania estaba parada frente a una bandera cubana que ella misma había hecho, tejida con cabellos de ciudadanos cubanos a los que, en su opinión, el gobierno solo considera como «estadística». Con Fidel, el artista se comporta como el indígena, se niega a obedecer. «De la tierra venimos y a la tierra vamos, es lo más elemental que existe», añade Tania. Pero a diferencia de los indígenas, Tania no muere. A Tania le hacen fotos.

Este comentario no pretende ser elocuente ni tampoco respalda al régimen actual. En Cuba es difícil ser artista (o «trabajador de la cultura», como se les conoce), y crear desde dentro, no en el exilio.  Te vigilan constantemente.

Cuando me quedé en el Focsa, el edificio más grande del Vedado (centro de La Habana), los operadores del elevador, que eran todos miembros del Partido Comunista, anotaban y reportaban todas mis entradas y salidas, también a las personas con quien yo hablaba en el lobby. Tuve que registrarme en las oficinas de inmigración y pagar a las autoridades un impuesto especial de 45 dólares «para quedarme con amigos». Policías uniformados, muchachos de las provincias orientales con walkie-talkies, susurraban mensajes urgentes por encima del hombro sobre las personas que entraban y salían. El Palacio de la Salsa, el corazón de la escena de la salsa, ha sido equipado con cámaras de vigilancia supuestamente para detectar tráfico de drogas. No resulta fácil ser visitante.

Vi a Tania por primera vez en 1996 cuando hizo «Espacio Aglutinador», el único espacio de arte alternativo en La Habana surgido en 1994 como alternativa a la censura. Dentro de un espacio rectangular, en una calle con árboles, Tania hizo «De cabeza». Estaba envuelta en una sábana blanca con la cara pintada de blanco pálido. Parecía una estatua con toga, como la Estatua de la Libertad pero sin corona. La galería estaba repleta de cuerpos vestidos acostados, las mejillas contra el suelo. Tania entró por atrás, subiendo por las espaldas de los cuerpos como si fueran cerros de montañas y en determinados puntos ponía banderas rojas, como las de los samuráis cuando luchaban por sus señores. Quería inmovilizar a la gente, conquistarlas como territorio propio, también intentaba hacer lo mismo con los espectadores, todo para poner de manifiesto la naturaleza del escenario del arte en Cuba, en donde, según su opinión, los individuos trepan por las espaldas de otros para salir adelante. El problema subyacente era cuánto eres capaz de ceder a fin de alcanzar poder como artista y cuánto te auto-censuras para llegar allí. Y luego, ¿qué pasa cuando estás arriba y luego te tumban del pedestal? En realidad, pensé, los problemas no son muy diferentes en la Ciudad de Nueva York.

Pero, luego recordé el mundo del arte en la Unión Soviética donde lo clandestino (samizdat) era la única forma posible de transmitir ideas y en donde cualquier cosa diferente a la estricta ortodoxia del partido implicaba el exilio en los gulags. Recordé las sentadas de artistas que yo había visitado en Nevsky Prospekt en San Petersburgo y me di cuenta que Tania estaba rememorando un ideal, el mismo que ha fomentado la UNEAC (asociación de escritores y artistas cubanos) y que fue calcado del modelo de la Unión Soviética.  Presencié uno de estos modelos en acción fuera de San Petersburgo cuando estuve en Repino, un santuario para las artes cinematográficas al estilo campamento de verano con anfiteatro, proyectores de película, habitaciones de hotel y cafeterías, todo en medio de un retirado bosque de coníferas. La idea era materializar el espíritu del esfuerzo colectivo. La realidad era otra cosa. Pero la desilusión era agradable, entre despiadadas contiendas nocturnas de vodka.

Existe, inevitablemente una separación entre el artista y la institución. «En todos los países hay cierta censura y auto-censura», señala Tania. «En lugares donde existe el capitalismo, tiene que ver con la economía. Como artista, si no haces algo que guste, las corporaciones no comprarán tu obra o el coleccionista no la coleccionará. En Cuba, es estrictamente político, en el sentido que existe un compromiso de parte del artista, criado y educado gratuitamente, de no tocar ciertos temas.»

En 1989, la isla desangraba artistas. No fue, por supuesto, la primera ola de exiliados de Cuba, pero sí muy importante. Estos emigrados hacen arte en Nueva York, Madrid, México y Miami. Algunos son respetados maestros y a los demás se les conoce como la «Generación del Mariel», llamada así por la emigración en embarcaciones desde el puerto del Mariel.  Cuando te conviertes en un exiliado, tu historia se anula, se borra, un tema persistente e inexorable en esta comunidad. Pocos artistas norteamericanos, no importan cuán enérgicamente protesten, enfrentan los mismos riesgos de expulsión y sentencias de cárcel que han padecido artistas como Tania, Sandra Ceballos y René Esteban Quintana, fundadores de Espacio Aglutinador. Sin embargo, fue precisamente por la naturaleza coherente y sólida de estos exiliados artistas que el gobierno cambió su actitud hacia los artistas y ha permitido que exista un mundo artístico aunque bajo una supervisión encubierta.

Tania admite la influencia de su conocida predecesora, la artista del performance Ana Mendieta, y reedita en su obra los gestos de Ana.  Ella cree que el arte es inevitablemente un gesto social y que el performance, por su propia naturaleza, debe provocar a la gente y hacer que se sienta incómoda. Eso es precisamente lo que hace su obra.

Recientemente, en la inauguración de la muestra del Museo de Bronx, «Un planeta en la Onda: Hip Hop y Arte Contemporáneo», se exponían, en un espacio independiente de la exposición principal, recientes adquisiciones de arte cubano.  Entre ellas se encontraban obras de Tania que consistían en unos de los más raros objetos que he visto, hechos por la cristalería Vilca. Eran instrumentos de tortura e indumentaria militar hecha a partir de bellas pero extrañas piezas de alabastro jaspeado con un casco de cristal soplado colocado cuidadosamente sobre una tela roja. Fueron moldeados sobre los instrumentos reales tomados de un museo medieval de tortura de Italia y resultan bellos a la vista. La tortura se emplea para cambiar las mentes de las personas, para sacar confesiones bajo coacción y, en realidad, no tienen nada de bello. Según Tania: «Es tan seductor y atractivo, no solo te auto-censuras sino que te gusta». El casco hace referencia a las anteojeras que se les ponen a los caballos pero, en esencia, alude a los pensamientos que son cegados. Estas obras tratan el tema del uso y el abuso del poder en Cuba y además abordan la universalidad de la sumisión y las marcas que deja la sumisión, tanto físicas como mentales.

Tania no es la única artista que se aferra a quedarse en Cuba. Espacio Aglutinador está dirigido por Sandra Ceballos y su esposo René Esteban Quintana. Exhibe cuadros, instalaciones, dibujos, exhibiciones unipersonales y de grupo, así como libros de arte. Hasta ahora Ceballos y Quintana no ha sido cerrada por el gobierno, pero la situación siempre es tensa y la amenaza constante. Como en la mayoría de los espacios alternativos, existen problemas financieros. A veces, logran vender una obra, pero, como me explica Sandra (enérgica mujer en sus treinta), el problema real es cómo mantenerse cuerdos entre toda la confusión y paranoia circundante.  No obstante, han recibido ayuda y hasta han tenido contactos con el mundo fuera de la isla. Sandra ha expuesto en Longwood Arts, en el Bronx, y fue artista en residencia en Suiza. En 1997, hizo una muestra unipersonal para mujer en Art in General en el centro de Nueva York. En septiembre de 2001, Sandra y René hicieron «La dirección de la mirada» en el 3er Festival Internacional del Performance para Ojos y Oídos, en Suiza  Para este performance, simularon llegar a casa, encender la televisión y mirar a un hombre con hombros anchos y camisa verde. Esta escena continuó durante horas y horas, penetrando en sus «venas y arterias, en su sistema muscular y sus órganos». La voz del hombre, tanto en vivo como grabada, se trasmitía por altavoces, por megáfonos y estaciones de radio. Ellos permanecían sentados, dominados, temerosos y curiosos, hasta que sucumbían a un estado idiotez sin pausa ni fin.

El mensaje de miseria y manipulación es abundante en la obra de estos dos artistas, en franco contraste con la nueva imagen retro-turística despreocupada característica de la publicidad de viajes de vacaciones. El turismo sexual está en auge, incluso el delito, antes inusual, se está incrementando.

En la Bienal de La Habana de 2000, Tania presentó una obra sobre los medios y la comunicación enmarcada en el sub-contexto de su comunidad. Eligió un lugar, una vieja fortaleza española que se usó como cárcel para prisioneros de consciencia. La gente era conducida hacia el interior de un túnel y una vez allí los embargaba un extraño olor nauseabundo y dulce pero no letal.  Perdían todo el sentido de orientación, se escuchaba el eco de sonidos, el suelo, cubierto de trozos molidos y fermentados de caña de azúcar, crujía bajo la pisada precaria de los visitantes. Se mostraba un video de cinco minutos en donde aparecía Fidel desabrochándose la camisa para demostrar que no llevaba chaleco antibalas. Lo que se infiere aquí es que él también es vulnerable, un hecho que distorsiona la realidad dado que nunca le ha pasado nada malo. Al mismo tiempo, se encontraban dispersos por la fortaleza española hombres desnudos, cubanos comunes sin poder que hacían gestos ordinarios: se cepillaban los dientes, se peinaban, se daban palmadas en los muslos. La idea tras los gestos de estos peatones es que cuando los turistas van a Cuba, no ven a los cubanos comunes, a los que no tienen poder que están en las esquinas y en las sombras y viven sus vidas ordinarias y controladas.

A Tania, quien ganó una beca Guggenheim en 1998, se le permite viajar fuera de Cuba, pero siempre regresa a su estudio de La Habana (en la foto del barco).  Sandra y René salen al extranjero con menos frecuencia y enfrentan constantemente amenazas de censura y la vigilancia de sus actividades.

Traducido al español por Ernesto Alvarez Valdivia