ART AND AGITPROP ¿De quién es el buey por fin?

Art Papers
Joel Weinstein
2005

La «Autobiografía» de Tania Bruguera

DE JOEL WEINSTEIN

Para la mayoría de las personas, la edición de Art Basel Miami Beach de 2004, fue una eterno y agotador recorrido por demasiados lugares para ver demasiado arte. Para mí, fue una oportunidad para hacer un poco de mala actuación.

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ART AND AGITPROP ¿De quién es el buey por fin?

DE JOEL WEINSTEIN

Pasé varias horas de una tarde en las proxiidades del Centro de Convenciones de Miami Beach vendiendo (por unos escasos veintiséis centavos la copia) el llamado periódico de Tania Bruguera que, de hecho, no contenía ninguna noticia. La amplia plana de Bruguera estaba toda hecha de titulares del diario oficial de La Habana, Granma: «¡Qué viva el marxismo-leninismo!»,  «¡Lucharemos hasta el final!», «iQué importan los peligros o sacrificios de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el destino de Ia humanidad!». Ocho páginas de charlatanería socialista pura y dura con destaque en negro y rojo.

Bruguera había venido a Miami para presentar su «Autobiografía» como parte de OmniArt, una exhibición colectiva coordinada con Art Basel Miami Beach gracias a una ayuda del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de la Florida. Pregonar estos periódicos por las calles de la feria fue el aspecto más público de esta obra que también incluyó una instalación de audio con discursos de Fidel en OmniArt. Después de llegar de Chicago donde vive temporalmente (vive en La Habana el resto del año), hizo una convocatoria por correo electrónico reclutando a vendedores que hablaran español y estuvieran dispuestos a hacer turnos de dos o cuatro horas como mínimo a cambio de un estipendio diario de veinticinco dólares.

[Pie de la foto 1] Arriba: Tania Bruguera, Autobiogrofía, 2004, performance de audio, 7,3 m X 17,3 m X 5,3 m. (Cortesía de OmniArt; foto: Carl Juste)

Opuesta: Joel Weinstein vendiendo el periódico de Tania  Bruguera frente al Centro de Convenciones de Miami Beach, el 5 de diciembre de 2005 (foto: Enrique Parra)

Un puñado de personas respondieron a la convocatoria: dos artistas, un coleccionista, un asistente de galería, un periodista de un semanario alternativo y yo. Nos encontramos frente al centro de convenciones la tarde antes de la inauguración de la feria. Bruguera nos mostró su periódico y nos adelantó una simpática y clara información sobre los objetivos del proyecto. Quiero decir, me pareció clara y simpática, pero no estaba del todo seguro porque mi comprensión del español es bastante intermitente.

Entendí cuando dijo que un periódico hecho totalmente de eslóganes demuestra que en la vida pública de Cuba no existen voces individuales, ningún comentario crítico que surja orgánicamente del terreno cultural. Los ciudadanos leen y escuchan los estridentes mensajes del estado y eso configura significativamente la manera en que ellos ven el mundo.

Nos dijo que, como vendedores, podíamos decir lo que quisiéramos. No obstante, no podíamos decir que nuestra interacción era parte de un performance artístico hasta que el comprador pagara a copia del periódico. Veintiséis centavos es el salario diario de un trabajador en Cuba, explicó Bruguera, y el 26 de julio de 1953 es la fecha del primer ataque de la lucha de Fidel en pos del derrocamiento del régimen de Batista y el establecimiento del que fuera un flagrante gobierno revolucionario que ha caído tan bajo hoy.

Por su descripción, me imaginé a nuestro grupo como un cuerpo de artistas-provocadores dispuestos a sacar de su letargo de feria a una multitud de aficionados al arte tras salir del centro de convenciones hacia los aparcamientos, las estaciones de taxi o las paradas de autobuses, desde donde saldrían zumbando hacia otros lugares también llenos de arte. Sin duda, el periódico de Bruguera llamaría su atención con su anticuada y, para muchos exiliados cubanos, irritante retórica. Probablemente, los lectores advertirían que lo que aparentemente promovía los raídos objetivos de un régimen tiránico, en bancarrota y quizá senil, era, en realidad, una crítica mordaz a ese tambaleante pero aún peligroso gobierno.

Por descgracia, el proyecto de Bruguera tenía una parte esencial que no llegué a comprender entonces. El periódico llevaba un pequeño inserto que explicaba el proyecto. Mirándolo después, descubrí que el performace no solo estaba dirigido al régimen de Castro, sino también a la comunidad del exilio.

«Miami ha sido el principal refugio de los cubanos que abandonaron la Isla tras la revolución de Castro», escribió Bruguera. «Los que emigraron se llevaron consigo sus vidas políticas que combinaron, y en ocasiones sustituyeron, por sus recuerdos sentimentales. [Ellos] intentaron crear un espejo híbrido de la Cuba que recuerdan.» Su texto concluía: «Este periódico no tiene noticias. En su lugar, trae una compilación de la propaganda original, como si no existieran suficientes eventos importantes que reportar, registrar o conservar para la historia».

Al parecer, lo que queda implícito es que la postura de la comunidad inmigrante es, a su manera, tan huérfana de desarrollo histórico como lo son los regímenes. Esto es difícil de negar, pero también resulta muy obvio para cualquiera que pase más de una semana en Miami. Si hubiera captado esa parte del sentido de Bruguera, la hubiera considerado como una premisa muy poco prometedora para una obra de arte.

Pero allí estaba yo en la entrada principal de esa feria, esa tarde gloriosa de viernes, agitando los periódicos a la multitud que pasaba y diciendo cosas como: «¡Noticias de Cuba! ¡Casi gratis! ¡Veintiséis centavos solamente!» Si bien nunca creí que un ciudadano podría arrebatarme los periódicos de la mano y lanzarlos al aire gritando: «¡No le crean a este estúpido!», sí se cruzó en mi camino cierta hostilidad contenida y solo unos pocos extranjeros compraron lo que yo estaba vendiendo. Terminé descargando la mayor parte de mi bulto sobre unos divertidos y curiosos amigos.

Mi turno pasó por largos periodos de tedio acentuados por una venta de tan pobre conmoción. Luego, llegaría una ráfaga de entusiasmo. Una joven de chaqueta oscura y pantalones grises vino corriendo hacia mí blandiendo billetes y monedas: «Trabajo con algunos grupos que estudian a los comunistas en Cuba», dijo sin aliento. «Tráeme todos los periódicos que tengas y los compraremos. Estoy aquí aparcando carros.»

Intenté explicarle que el periódico era parte de un performance. Que ella podía volver y comprármelos uno por uno. Solo me miró como si yo estuviera ido de la mente y se fue.

Tuve otros roces con el público esa tarde. Pero fueron más oblicuos y en ninguno de ellos el dinero cambió de manos. Vi que familias, muchas con niños pequeños de la mano o en cochecitos, apartaban la mirada al escuchar «Cuba» y ver los titulares en negro y rojo, visiblemente apretando las mandíbulas y sacando el mentón. Los españoles, a quienes distinguí por su conversación suave y cortés, por lo general rechazaban la oferta con gentileza y hasta con afabilidad.

Para mi sorpresa, los que no hablaban español eran los que reaccionaban con más vehemencia a mi pregón. Si alguien decía: «Lo siento, no hablo español», yo insistía diciendo: «No importa», tratando de establecer contacto visual, «Puedo comprenderlo sin problema».

Entonces, negaban con la cabeza impacientes y cambiaban el rumbo. Algunos se sentían bastante provocados. Me di cuenta de que se enfadaban porque yo hablaba en español, no porque estuviera diciendo algo en particular que ellos no entendieran. Más de un transeúnte decía entre dientes: «¡Habla inglés!»

Al final del día, me reuní con Tania Bruguera. Pareció particularmente encantada por lo de la desafortunada aparcadora. No pensé mucho en ello entonces, pero después de leer la explicación escrita, comencé a dudar de los que ella estaba haciendo.

En general, disfruté mucho mi tarde de antropología cultural, a flote en la leve turbulencia de clase y estatus que pasa por Miami Beach en tiempos de Art Basel. Si el periódico de Bruguera, a primera vista, tenía más que suficiente ironía para motivar mi punzante disposición modernista, había algo en su estrategia manifiesta que al mismo tiempo me pareció de mal gusto. El público cubano del arte en el exilio puede tener sus puntos flacos y su exasperante e intratable pena, pero está lejos de ser el sector más reaccionario de la comunidad. Crear un performance elaborado solo para molestar a ese sector, algo fácil en cualquier circunstancia, parece simplista, presuntuoso y arrogante. Carente de todo intento de diálogo, ¿fue el único fin de la obra poner frente a los exiliados el eco más amargo de sus vidas pasadas? Si esta fue la intención de Bruguera, fue mezquina.

Esa noche, mientras recorría las estridentes fiestas nocturnas de la feria y sus exhibiciones satélites, sostuve algunas conversaciones con amigos que fueron parte o estuvieron cerca de la los artistas de la bien conocida Generación de los Ochenta de Cuba.  Ellos, después de hacerse adultos dentro de la revolución, abandonaron la isla hacia Miami profundamente desilusionados de esa experiencia. Cuando le dije a uno de ellos que había pasado todo el día vendiendo el periódico de Bruguera, me dijo: «No puedes imaginarte lo que significa para nosotros ver esas cosas. Aún no he decidido lo que pienso de la obra de Tania Bruguera. Simplemente molesta.»

«Pero, al final, es crítica con Castro», respondí. «¿En qué se diferencia el periódico de la pintura de Glexis Novoa que retrata al cráneo de Castro sobre un estrado con un orificio de bala en la frente?

«No es diferente en lo absoluto», admitía, pero evidentemente no le agradaba el sesgo de Bruguera.

Otro amigo entró en cólera por el hecho de que Bruguera podía moverse fácilmente entre los Estados Unidos y Cuba, mientras que los exiliados, presas de las maquinaciones del Departamento de Estado y el régimen de Castro, tenían que sufrir con solo una visita al año.

«Que se peine o se haga papelillos», decía enfadado mi amigo hablando de Bruguera. «Ella tiene que estar aquí o allá. No lo puede tener todo».

Como escritor, puedo decir sin reparos que la intención del artista importa bien poco cuando se trata de cómo la obra es recibida por el público; que para poder comprenderla, o al menos para que nos conmueva, hay que ceñirse a la obra.  Este enfoque también ofrece interpretaciones más solidarias con lo que estaba haciendo Bruguera en Miami. Un amigo que siempre va a la esencia de las cosas mirando a lo obvio y empezando por el principio, aportó la lectura más provocativa.  

«Se llama «Autobiografía», precisó. «El performance está ideado para trasmitir cómo es ser Tania Bruguera, artista, artista cubana, artista cubana en Estados Unidos. Tienes la oportunidad de experimentar lo que ella experimenta y ver las diferentes formas en que afecta a cada quien…»

Sin embargo, si nos fijamos tanto en las acciones como en las palabras de Bruguera, se podría pensar en la provocación del periódico como una especie de reto por parte de un ciudadano que se quedó en la Isla a los exiliados que partieron. «Si se reacciona contra esta cosa superficial», el reto podría ser: «Estás ignorando las complejidades de nuestra vida cotidiana y las de la tuya.  Estás ignorando los cambios, para bien o para mal, de aquí o de allá, que todos nosotros hemos experimentado desde 1959, 1970, 1985 y hasta desde 1998».

«Como pudiste ver» (dijo mi amigo) no siempre es fácil y quizás no sea lo que esperas, pero eso es lo que lo hace interesante, lo que lo hace arte».

El escritor de Miami Joel Weinstein cubre la sección de artes visuales de varias revistas nacionales e internacionales. Su reportaje sobre Miami apareció en ART PAPERS, en el número de noviembre/diciembre de 2003.

Traducido al español por Ernesto Alvarez Valdivia